jueves, 21 de octubre de 2010

Soñar es vivir

Duermo.
Duermo mucho, quizás demasiado.
Mis ojos aprovechan cualquier oportunidad para enviarme más allá de mi conciencia.
Duermo demasiado, mucho más que lo habitual.
Lo achaco a muchas razones: un libro extremadamente previsible y aburrido, falta de vitaminas, falta de sueño, exceso de sueño, exceso de esfuerzo mental, falta de esfuerzo físico... Busco mil y una razones para averiguar por qué me es imposible resistirme a la llamada de la cama, sofá, silla, cesped, campo, playa...


Duermo porque mientras sueño tú estas aquí.
Duermo porque mientras lo hago consigo el tan deseado silencio.
Duermo porque sonrio.
Duermo porque consigo al fin llorar.
Duermo porque la fuerte carjacada de un ataque de risa extinto me despierta.
Duermo porque no tengo que esperar.
Duermo porque vivo el futuro, el pasado y "lo que hubiera pasado".
Duermo porque todo vuelve.
Duermo porque todo vale
Duermo porque todo late.
Duermo, duermo y duermo, porque la espera es demasiado dura, porque el tiempo avanza y yo retrocedo, porque mi cama está demasiado vacía, porque yo estoy demasiado vacío.

No duermo, me despierto, de esta pesadilla insoportable.
Y cuando me despierto tú estas conmigo.

Por eso duermo.

Mucho tiempo he estado acostándome temprano. A veces, apenas había apagado la bujía, cerrábanse mis ojos tan presto, que ni tiempo tenía para decirme: "Ya me duermo". Y media hora después despertábame la idea de que ya era hora de ir a buscar el sueño; quería dejar el libro, que se me figuraba tener aún entre las manos, y apagar de un soplo la luz; durante mi sueño no había cesado de reflexionar sobre lo recién leído, pero era muy particular el tono que tomaban esas reflexiones, porque me parecía que yo pasaba a convertirme en el tema de la obra, en una iglesia, en un cuarteto, en la rivalidad de Francisco I y Carlos V (...) Y luego comenzaba a hacérseme ininteligible, lo mismo que después de la metempsícosis pierden su sentido los pensamientos de una vida anterior; el asunto del libro se desprendía de mi personalidad y yo ya quedaba libre de adaptarme o no a él; en seguida recobraba la visión todo extraño de encontrar en torno mío una oscuridad suave y descansada para mis ojos, y aún más quizá para mi espíritu, al cual se aparecía esta oscuridad como una cosa sin causa, incompresible, verdaderamente oscura.

En busca del tiempo perdido. 1 Por el camino de Swann
Marcel Proust